jueves, 10 de mayo de 2012
Editorial del número 2, vol. XXV La Ciencia y el Hombre
EDITORIAL de la revista número 2 del volumen XXV. Volumen de aniversario
Con este número La Ciencia y el Hombre cumple ya veinticinco años, un cuarto de siglo de publicación constante, incansable, comprometida. A lo largo de ese dilatado tiempo ha pasado por sus páginas una multitud de aportaciones de científicos que han visto en ellas el espacio idóneo para dar a conocer sus importantes trabajos, doctos ensayistas que nos han iluminado con sus reflexiones sobre la ciencia, legos que han aventurado la pluma para abordar los mil problemas de la ciencia de nuestro tiempo, y estudiantes que han vislumbrado en esa superficie de papel la oportunidad de emprender por ese dilatado mundo un itinerario que hoy día ha cristalizado. A todos ellos, nuestro más expresivo reconocimiento, porque han hecho de esta publicación lo que es hoy: un órgano esencial de nuestra Universidad Veracruzana.
Y asimismo nuestra mayor gratitud a los lectores –muchos de quienes conservan en sus libreros una nutrida colección de los números– porque han apreciado en esta publicación cuatrimestral una vía inmejorable para aproximarse a la ciencia de un modo menos enmarañado y dificultoso. Si hemos llegado a estas “bodas de plata”, es por ustedes.
En mi carácter de director, manifiesto al equipo técnico mi personal agradecimiento por su invalorable y permanente determinación para hacer de la revista una de las mejores del país en el terreno de la divulgación. Y cabe aquí citar a todos los que lo conforman, porque es de gente bien nacida hacerlo, con la advertencia de que el orden en que escribo sus nombres no implica de ninguna manera distintos merecimientos o privilegios de prioridad.
En primer lugar, Liliana Calatayud Duhalt, cuya participación en La Ciencia y el Hombre se remonta hasta el origen mismo de este órgano. Moderadora inigualable en un sinnúmero de actos, entrevistadora sagaz y persona de incontables y encomiables virtudes, aporta incansablemente ideas y adelanta iniciativas valiosas; su compromiso con la revista, para fortuna nuestra, es y ha sido decisivo a lo largo del tiempo.
Aída Pozos Villanueva, consagrada a las tareas de la edición, es carta mayor en la factura de la revista. Su permanente críticaconstructiva, su responsabilidad a toda prueba y su extrema habilidad en la tarea de formación asoman en cada número; a veces, de un solo plumazo –al fin divulgadora experta–, desecha sin más textos que solamente ensombrecerían nuestro propó-sito. A ambas, la gratitud y el reconocimiento más sinceros.
Y luego está Víctor Hugo Ocaña Hernández, nuestro secretario técnico, sin cuya fibra, eficacia, inventiva y ánimo inigualables no podría explicarse que la revista marchara como lo hace. Basta una tibia sugerencia, una mínima instrucción, para que organice, disponga y lleve todo a la ansiada meta, al término previsto, con una eficacia sin par.
El nombre de Aram Huerta cierra esta cortísima lista, pero sin él, nuestra publicación sería muy otra. A Aram debemos el presente diseño, puesto en práctica desde hace doce años, lo que le ha dado a La Ciencia y el Hombre su particular personalidad. Su pericia en este campo es inigualable, a lo que debe añadirse, por si fuera poco, la tenaz búsqueda que lleva a cabo de la obra de aquellos artistas que ilustran cada número, la que inserta en las páginas con excepcional competencia.
No quiero omitir aquí a tres colaboradores, responsables de nuestras dos secciones permanentes, que a lo largo de los años nos han acompañado sin descanso: la maestra María Angélica Salmerón, a cuyo cargo está la de “Distintas y distantes: mujeres en la ciencia”, y los maestros Heriberto G. Contreras Garibay y Leticia Garibay Pardo, encargados de la de “Curiosidades científicas”. Vaya a ellos tres nuestro entusiasta aplauso.
Gracias, at last but not least, a la Universidad Veracruzana, en particular a la Dirección General Editorial, por el apoyo invariable que sin cuestionamientos ni vacilaciones nos han dado para llevar a cabo la tarea, apoyo que ha sido sólido a lo largo del tiempo, sin importar el necesario cambio de sus funcionarios, así como el apoyo de la Dirección de Desarrollo Informático de Apoyo Académico, sin cuya contribución no sería posible la versión electrónica de La Ciencia y el Hombre, el medio por el cual es leída a lo largo y ancho del mundo.
Con este número, pues, se cierra un ciclo y comienza otro, tan lleno de retos como aquel. Pero contamos ya con numerosos colaboradores de enorme calidad y con un número creciente de lectores, de modo que el futuro no es para nosotros motivo de nerviosismo ni de zozobra.
Así que por estos primeros veinticinco años, ¡salud!
Rafael Bullé-Goyri Minter
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